Al comprender eso,
me paré en seco. No tenía mucho sentido que música de piano saliera del faro.
Del faro que llevaba
cerrado…¿Cuántos años?
Me di media vuelta y
saqué el portátil de debajo de la mesa. Comprobé que estaba encendido y me metí
en Google. Tecleé con rapidez las palabras “El faro de Sanlúcar. Noticias” y un
millón de enlaces se abrieron ante mí en la pantalla. Yo pinché uno sobre el
periódico local de mi pueblo que parecía algo antiguo mientras mi curiosidad
iba en aumento. A saber los años que ese faro llevaría cerrado ¿Sería tan
antigua esa noticia como yo me imaginaba?
Comprobé con alegría
que esta hablaba sobre el cierre del faro por posibles derrumbamientos y que
sugería echarlo abajo y reemplazarlo, idea que supuse que no se llevó a cabo,
pues el faro seguía en pie.
Alcé la mirada
ansiosa buscando la fecha y la sonrisa se me congeló en el rostro al leerla.
15 de Junio de 1942.
Aun sin poder
creerlo, cerré el portátil sin molestarme en apagarlo ni guardarlo donde
estaba. Mi corazón iba tan deprisa que pensé que me podría estallar de un
momento a otro. Si es que no había estallado ya y no me había dado cuenta.
Demasiados años.
Parecía casi
imposible dentro de mi cabeza que el faro llevara cerrado desde entonces. Para
probar como sonaba, lo dije en voz alta.
-El faro lo cerraron
a cal y canto en 1942.
Nada más decirlo, me
sentí estúpida ¿realmente podría ser cierto que alguien se hubiera colado en un
faro que se podía derrumbar en cualquier momento? Mi mente intentó imaginarlo,
pero las ideas se me bloqueaban.
Para mí no tenía
ningún sentido. Mi cabeza empezó a funcionar a toda velocidad y sacaba
conjeturas sin parar. Una persona se había colado en un faro viejo que llevaba
más de sesenta años cerrado, lo encendía cada noche y a las tantas de la
mañana para ayudar a la gente a dormir tocaba música de un piano que había
metido allí sin que nadie le viera. Vale, solo me quedaba una cosa que decir.
Absurdo.
Y, sin llegar más
lejos, esa había sido la idea más creíble que se me ocurrió.
Sin darme cuenta había
llegado a la planta de abajo. Entré en mi cuarto y nada más encender la luz, un
hormigueo de nervios recorrió mi cuerpo entero. Imaginé lo que sería dormirme
ahora. Al día siguiente me levantaría y el día pasaría como otro cualquiera.
Estudiaría lo que todos los días y estaría con la misma gente aburrida de
siempre.
Y en ese mismo
momento cerré los ojos un instante y dejé de pensar. Empecé a guiarme por
pequeños impulsos que iba sintiendo.
En un impulso recogí
mi mochila y un abrigo y salí a la playa con mi pijama de ositos y mis pies
descalzos. El viento otoñal me hizo estremecerme. Mis pies fríos se hundieron
en la arena oscura y sentí los finos granos clavándose en mi piel.
Guiada de nuevo por
otro impulso, caminé hacía el faro, sin pensar en nada. Con los ojos cerrados y
andando hacía la música de piano que volvía a sonar dulce y melódica.
Cuando estuve al pie
del faro, me paré y mis pensamientos volvieron a fluir en mi cabeza. Me di
cuenta de golpe de lo que estaba haciendo.
Me iba a colar en un
faro viejo que se podía derrumbar y que llevaba años cerrado. Yo sola.
De noche.
En pijama.
Era completamente
consciente de que sonaba a locura, quise echarme atrás en ese mismo momento,
pero la melodía era tan tentadora…
Y entonces, solo
movida por la curiosidad en estado puro, me quité el abrigo. Estudié las rocas
que rodeaban el faro. Tendría que escalarlas para llegar al pie del faro y
buscar la puerta.
Cogí un poco de
impulso y me agarré a las rocas más bajas. Me estremecí entera al sentir lo
frías que estaban las piedras a las que me agarraba con pies y manos, y que me
empezaban a paralizar la circulación que ya de por sí iba lenta, al ir solo
abrigada con un fino pijama de manga corta.
Dejé mis
pensamientos de lado para seguir subiendo, porque si en ese momento me hubiera
puesto a pensar, habría caído en la cuenta de que estaba cometiendo un delito y
habría vuelto a casa. Pero en ese caso nunca habría entrado en el faro y jamás
me habría adentrado en ese misterio que me acechó durante los días siguientes.
Sentía como las
rocas me arañaban loa pies y las manos, y como el frío me daba bandazos con
ayuda del viento, pero llegué a las últimas piedras que había en la pequeña
montaña. Le sonreí al mar negro como chocolate que se extendía eterno ante mí,
porque no habría más testigos de mi hazaña.
Ya arriba me miré
las manos entumecidas. Estaban raspadas y rojas por los pequeños cortes que había
producido. No quise mirarme los pies por miedo a que estuvieran peor.
Las rocas de arriba
estaban llenas de musgo y heladas por la noche de otoño y por eso mis pies no
las aguantaron sin resbalarse. Y con las manos tan congeladas no me pude
agarrar a las rocas lisas.
Y cuando mis pies
dejaron de sentir el frío de esas piedras me preocupé. Estaba cayendo hacía
abajo.
No podía parar de
caer. No sé si pasé un instante, o fueron horas, pero vi la osa mayor brillando
en medio del cielo. Sentí el impacto del suelo al golpearme en la espalda y en
la nuca.
Y luego nada.
Está ya escrita la tercera entrega...... Menos mal!!!..... Porque nos has dejado en ascuas....
ResponderEliminar