sábado, 9 de noviembre de 2013

Capitulo 2: Pequeña catástrofe

Al comprender eso, me paré en seco. No tenía mucho sentido que música de piano saliera del faro.
Del faro que llevaba cerrado…¿Cuántos años?
Me di media vuelta y saqué el portátil de debajo de la mesa. Comprobé que estaba encendido y me metí en Google. Tecleé con rapidez las palabras “El faro de Sanlúcar. Noticias” y un millón de enlaces se abrieron ante mí en la pantalla. Yo pinché uno sobre el periódico local de mi pueblo que parecía algo antiguo mientras mi curiosidad iba en aumento. A saber los años que ese faro llevaría cerrado ¿Sería tan antigua esa noticia como yo me imaginaba?
Comprobé con alegría que esta hablaba sobre el cierre del faro por posibles derrumbamientos y que sugería echarlo abajo y reemplazarlo, idea que supuse que no se llevó a cabo, pues el faro seguía en pie.
Alcé la mirada ansiosa buscando la fecha y la sonrisa se me congeló en el rostro al leerla.
15 de Junio de 1942.
Aun sin poder creerlo, cerré el portátil sin molestarme en apagarlo ni guardarlo donde estaba. Mi corazón iba tan deprisa que pensé que me podría estallar de un momento a otro. Si es que no había estallado ya y no me había dado cuenta.
Demasiados años.
Parecía casi imposible dentro de mi cabeza que el faro llevara cerrado desde entonces. Para probar como sonaba, lo dije en voz alta.
-El faro lo cerraron a cal y canto en 1942.
Nada más decirlo, me sentí estúpida ¿realmente podría ser cierto que alguien se hubiera colado en un faro que se podía derrumbar en cualquier momento? Mi mente intentó imaginarlo, pero las ideas se me bloqueaban.
Para mí no tenía ningún sentido. Mi cabeza empezó a funcionar a toda velocidad y sacaba conjeturas sin parar. Una persona se había colado en un faro viejo que llevaba más de sesenta años cerrado, lo encendía cada noche y a las tantas de la mañana para ayudar a la gente a dormir tocaba música de un piano que había metido allí sin que nadie le viera. Vale, solo me quedaba una cosa que decir.
Absurdo.
Y, sin llegar más lejos, esa había sido la idea más creíble que se me ocurrió.
Sin darme cuenta había llegado a la planta de abajo. Entré en mi cuarto y nada más encender la luz, un hormigueo de nervios recorrió mi cuerpo entero. Imaginé lo que sería dormirme ahora. Al día siguiente me levantaría y el día pasaría como otro cualquiera. Estudiaría lo que todos los días y estaría con la misma gente aburrida de siempre.
Y en ese mismo momento cerré los ojos un instante y dejé de pensar. Empecé a guiarme por pequeños impulsos que iba sintiendo.
En un impulso recogí mi mochila y un abrigo y salí a la playa con mi pijama de ositos y mis pies descalzos. El viento otoñal me hizo estremecerme. Mis pies fríos se hundieron en la arena oscura y sentí los finos granos clavándose en mi piel.
Guiada de nuevo por otro impulso, caminé hacía el faro, sin pensar en nada. Con los ojos cerrados y andando hacía la música de piano que volvía a sonar dulce y melódica.
Cuando estuve al pie del faro, me paré y mis pensamientos volvieron a fluir en mi cabeza. Me di cuenta de golpe de lo que estaba haciendo.
Me iba a colar en un faro viejo que se podía derrumbar y que llevaba años cerrado. Yo sola.
De noche.
En pijama.
Era completamente consciente de que sonaba a locura, quise echarme atrás en ese mismo momento, pero la melodía era tan tentadora…
Y entonces, solo movida por la curiosidad en estado puro, me quité el abrigo. Estudié las rocas que rodeaban el faro. Tendría que escalarlas para llegar al pie del faro y buscar la puerta.
Cogí un poco de impulso y me agarré a las rocas más bajas. Me estremecí entera al sentir lo frías que estaban las piedras a las que me agarraba con pies y manos, y que me empezaban a paralizar la circulación que ya de por sí iba lenta, al ir solo abrigada con un fino pijama de manga corta.
Dejé mis pensamientos de lado para seguir subiendo, porque si en ese momento me hubiera puesto a pensar, habría caído en la cuenta de que estaba cometiendo un delito y habría vuelto a casa. Pero en ese caso nunca habría entrado en el faro y jamás me habría adentrado en ese misterio que me acechó durante los días siguientes.
Sentía como las rocas me arañaban loa pies y las manos, y como el frío me daba bandazos con ayuda del viento, pero llegué a las últimas piedras que había en la pequeña montaña. Le sonreí al mar negro como chocolate que se extendía eterno ante mí, porque no habría más testigos de mi hazaña.
Ya arriba me miré las manos entumecidas. Estaban raspadas y rojas por los pequeños cortes que había producido. No quise mirarme los pies por miedo a que estuvieran peor.
Las rocas de arriba estaban llenas de musgo y heladas por la noche de otoño y por eso mis pies no las aguantaron sin resbalarse. Y con las manos tan congeladas no me pude agarrar a las rocas lisas.
Y cuando mis pies dejaron de sentir el frío de esas piedras me preocupé. Estaba cayendo hacía abajo.
No podía parar de caer. No sé si pasé un instante, o fueron horas, pero vi la osa mayor brillando en medio del cielo. Sentí el impacto del suelo al golpearme en la espalda y en la nuca.

Y luego nada.

1 comentario:

  1. Está ya escrita la tercera entrega...... Menos mal!!!..... Porque nos has dejado en ascuas....

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