sábado, 11 de enero de 2014

Capitulo 5: No estoy loca

Volví  a mirar la sala circular atónita. Las paredes desconchadas seguían allí y la habitación parecía la misma. Pero no lo era. El piano enorme ya no estaba, y el agua del suelo había desaparecido. Ya no notaba la humedad en el aire y todo estaba cubierto de polvo, como si nadie hubiera pisado eso en años. Al avanzar vi como mis pies iban dejando huellas en la madera del suelo, que se extendía impecable a lo largo de toda la tarima.
Mi cabeza empezó a dar vueltas sin parar y me apoyé en la pared para no caerme, llenándome el abrigo de polvo.
Los ojos se me llenaron de lágrimas, aunque ni siquiera entendía porque lloraba. Estaba tan confusa que deje de pensar y solo me escurrí hasta el suelo y dejé que mis lágrimas fueran cayendo, formando caminos sobre mi piel fría.
Cuando me tranquilicé, recorrí la habitación de nuevo con la mirada, mientras imágenes del día anterior pasaban por mi cabeza y yo intentaba calibrar si eran reales o no.
Era imposible.
La única opción que se me ocurría era que el día anterior había sido un sueño. Pero me negaba a creer eso. Mi angustia aún era real, lo notaba.
Sin darme cuenta, me lleve la mano a la parte de atrás de la cabeza. Sentí la herida ya cicatrizada bajo mis dedos. Ahí estaba la prueba de que no había sido un sueño.
¿y si estaba soñando ahora?
Estaba demasiado liada como para seguir allí. Antes de encaminarme a la trampilla para salir del faro, me asomé al gran ventanal que se encontraba al fondo de la sala. Miré el mar, que no estaba en totalmente en calma. Las olas se movían a un ritmo suave y sinuoso, como el silbido de una serpiente.
Suspiré y cuando iba a darme la vuelta noté un movimiento extraño entre las olas. ¿Era mi imaginación o estaba viendo una cara entre las olas?
Sí definitivamente había una cara.
Y no una cualquiera. Era la de la mujer misteriosa de ayer.
Giré la cabeza y me quedé pasmada mirando la habitación en la penumbra. Y entonces comencé a reírme a carcajadas. Mi situación era tan sumamente absurda que no podía más.
Era oficial, me había vuelto loca.
Bajé la trampilla y salí a la calle con una sensación de relajación extraña. En vez de bajar a la arena, intenté rodear el faro para quedarme mirando al mar.
Cuando estaba llegando, oí una voz. Era grave y aterciopelada y hablaba en susurros y con cautela.
Pero aun así, la reconocí.
Sin dejarme ver, me deslicé por la superficie lisa y pedregosa, y me asomé.
La escena era la más rara y retorcida que se me habría ocurrido jamás. La marera estaba alta y las suaves olas chocaban contra el borde rocoso. Agachado allí estaba el dueño de la voz, mi amigo Lucas, que charlaba con alguien que estaba metido en el mar y se apoyaba en las rocas para no hundirse por el movimiento de las olas.
¡Lucas estaba hablando con la mujer misteriosa! Me acerqué para oír un poco mejor.
-Pero tienes que volver al faro –decía Lucas. –No puedes quedarte en el mar y lo sabes.
La mujer del faro emitió un ruidito grutural de frustración. Pensé que no iba a hablar, pero me sorprendió una vez más.
-No puedo arriesgarme a que ella me vea –su voz era suave pero a la vez mucho más rompedora y potente que la de Lucas. Parecía como si arrastrara las palabras de la misma manera que las olas arrastran los granos de arena –Y ya me ha visto dos veces.
-¿Cómo que dos veces? ¿Cuál ha sido la segunda? –Saltó Lucas elevando la voz
-Hace unos minutos. Pensé que eras tú el que estaba en el faro y asomé mi cara, pero era ella. –explicó
-¿eso quiere decir que está aquí al lado y nosotros charlando como si nada? Nos va ha oír.
-No, no se le ocurriría venir aquí. Escucha tienes que hablar con ella. –dijo la mujer muy seria.
-Lo sé. Le haré pensar que todo lo ha soñado y protegeré tu secreto –susurró él, dejándome sin aliento, y luego para estropearlo más añadió –Ella confía en mí, no te preocupes.
Cuando vi como ella le sonreía cariñosamente no pude más. Me di la vuelta y me fui, intentando no llamar más la atención.
Mientras bajaba por las rocas y se me caían las lágrimas por el amigo que acababa de perder, tuve dos ideas claras.

La primera que no estaba loca. No sabía cómo podía eso ser posible, pero las pruebas me decían que toda esa locura era real.
La segunda, que ese imbécil me iba a conocer. Jugaba con la ventaja de que sabía cosas que el ignoraba que yo había descubierto.


Y se la iba a liar parda, que se fuera preparando.

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