Antes de abrir los ojos, noté el dolor de cabeza que me impedía
pensar con claridad.
Sentí el frío del suelo debajo de mi ¿Me habría caído de la
cama?
Oí pasos a mi alrededor. Debía ser mi madre, que me había
encontrado en el suelo al venir a despertarme. Sentí una mano helada tocándome
la frente y al instante mi dolor de cabeza se alivió.
Intenté mover mi mano, aun sin abrir los ojos, pero entonces
toqué algo.
Agua.
El suelo estaba encharcado, y yo estaba sobre ella. Entonces
abrí los ojos de golpe. Estaba en una habitación amplia y oscura. El suelo
tenía un palmo de agua y las paredes estaban raídas y viejas. Había una mujer
arrodillada a mi lado, y no tarde ni dos segundos en caer en la cuenta de que
no era mi madre.
Me moví con rapidez y la mujer se levantó con sobresalto. Tenía
el pelo negro y extremadamente largo, cubriéndole la cara. Era delgada, pero
sus formas de mujer se adivinaban debajo del vestido color azul estancado que
llevaba puesto. Era largo hasta el suelo, donde se perdía en el agua que
curiosamente era del mismo color. Parecía que el vestido era parte del agua.
Cuando parpadeé, le falto tiempo para desaparecer. Tanto, que pensé que la
había imaginado. Creí ver una sombra al fondo, pero no puedo decirlo con
certeza.
Me incorporé con el pijama empapado de esa agua que parecía
llevar allí años y recorrí la habitación con la mirada.
Era una sala circular, húmeda pero con mucho polvo. En el fondo
tenía un gran ventanal que ocupaba toda la pared y desde el que se podía ver el
mar. Al otro lado había un piano con una pequeña ventana encima, que estaba
abierta y desde donde entraba el aire frío de la madrugada.
Me volví a sentar conmocionada por lo que acababa de descubrir.
Estaba dentro del faro.
Poco a poco empecé a recordarlo todo. La playa de noche, el
faro, la música, mi abrigo en el suelo, las piedras arañándome los pies y las
manos. Yo cayendo al vacío.
¿qué habría pasado después de caerme? La altura era muy
impresionante como para haber salido impoluta de esa caída. Me había caído de
espaldas, así que por curiosidad me toqué la parte de atrás de la cabeza. Noté
algo pegajoso y palidecí al ver mis dedos llenos de sangre.
Seguro que me había abierto la cabeza o algo peor, a lo mejor me
mareaba si me levantaba y no podría salir de allí.
Mientras me regañaba a mí misma por ser tan idiota y atrevida,
miré la parte de atrás de mi pijama. Los ositos dibujados estaban totalmente
tapados por una gran mancha de sangre que cubría toda mi espalda y mis hombros.
Allí había mucha sangre. Alguien tenía que haberme curado y
subido allí arriba porque con un golpe como ese tendría que estar muerta o por
lo menos sin conocimiento.
Sabía que si seguía allí quieta mirándome la sangre del pijama
me iba a marear de angustia asique me levanté despacio.
Miré mi reloj de muñeca y vi que quedaba poco para que
amaneciera. Había estado inconsciente unas cuantas horas. Mientras pensaba si
la mujer que había visto había sido producto de mi imaginación o no, abrí la
trampilla del suelo y empecé a bajar las escaleras para llegar a la parte baja
del faro.
Bajando las infinitas escaleras recapacité sobre las mil
preguntas que rondaban en mi cabeza. Algunas de ellas ya estaban resueltas,
como por ejemplo, de donde salía la música. Daría mi mano a que el piano que
había arriba era el que la producía.
De esa conclusión, salieron muchas preguntas más.
¿Era la mujer del pelo negro la que tocaba el piano? ¿por qué?
Seguí dándole vueltas a todo a la vez que salía fuera por la
ventana que había en la parte baja del faro.
Una vez en el exterior, me asomé al pequeño acantilado por el
que me caí horas antes.
Abajo en la arena estaban mi abrigo, mi mochila y… un gran
charco de sangre.
Otro más.
Bajé por las rocas con mucho cuidado, con el corazón
palpitándome muy fuerte y con las manos temblorosas de miedo, mientras veía
como iba amaneciendo.
Tenía que llegar a mi casa cuanto antes, porque si no mi madre
se despertaría y vería que no estoy en casa.
Una vez abajo, cogí mi mochila, me puse mi abrigo, y empecé a
caminar a paso lento por la arena.
Vi a gente caminando por la orilla de la playa, a esa hora los
más madrugadores llegaban a dar su paseo matutino.
Intenté pasar desapercibida entre la poca gente y por suerte
nadie se fijó en mí.
Cuando estaba a unos metros de mi casa y sonreía porque ya casi
me veía a salvo una voz me llamó.
-¡Yoli!
Yo me giré despacio al reconocer a la persona que me llamaba.
Era Lucas, mi compañero de clase. Intenté fingir que no pasaba
nada y le lancé una sonrisa falsa.
-Hola Lucas
-Como madrugas ¿eh? ¿Sales ahora a pasear? –me dice con voz
animada. Joder, yo a estas horas no tengo ese ánimo.
-No, en realidad ya
vuelvo. No podía dormir y e madrugado mucho –Le miento
-Oh valla que pena, podíamos haber ido juntos a pasear –dice
claramente decaído- Bueno otro día ser…¡¿Pero qué te ha pasado?! –Grita mirando
hacía mi hombro.
Y me doy cuenta de que no he tapado la mancha de sangre, y él me
ha pillado.
¡Qué mala suerte tengo, leche!