domingo, 13 de abril de 2014

Capitulo 6: Siguiendo un rastro

La luz del sol me cegó cuando abrí los ojos. ¿ya era de día? Pero si parecía que solo llevaba cinco minutos en la cama.
Me levanto, maldiciendo al sol que me ha despertado, y corro la cortina de la ventana. En la suave penumbra que ha quedado, vuelvo a la cama a intentar dormirme otra vez, inspirando el olor a vainilla de mis sábanas.
-¡Yolanda! Levántate o llegarás tarde a clase –oigo la voz de mi madre.
¿Clase? Salto de la cama al darme cuenta de que es lunes. Con todo el lio en mi cabeza sobre el faro, había olvidado completamente que las clases seguían existiendo y que no me libraría de ellas.
Me visto rápidamente y salgo lo antes posible de mi casa. No quiero llegar tarde. Mientras camino por el borde de la playa hacia el instituto, me pongo los cascos y dejo que la música estridente suene muy fuerte en mis oídos. En realidad, empecé a escuchar ese tipo de música solo porque mi madre la odiaba, pero al final me acabó gustando el rock y siempre que puedo lo escucho.
Una mano en mi hombro me hace sobresaltar, y me retiro los cascos al ver a Lucas a mi lado. Pongo una gran sonrisa al verle. Empieza el teatro.
-¡Hola Lucas! –le saludo con efusividad.- ¿Qué tal estás?
Él me sonríe también.
-Hola Yoli. Pues todo lo bien que se puede estar un lunes por la mañana. ¿Qué tal tu cabeza?
-Mi cabeza bien. Ya no me duele nada.


-Me alegro mucho, y dime…¿Has vuelto al faro? ¿Has averiguado algo más? –me pregunta interesado. Sabía que me iba a interrogar lo antes posible.
-Sí, subí al faro un momento.  Estaba todo cambiado. Creo que el primer día me di un golpe tan fuerte que me imaginé lo de esa rara mujer. –le digo, intentando parecer consternada –He decidido  dejar el tema en paz, paso de calentarme la cabeza.
Veo con orgullo su sonrisa de alivio. He conseguido engañarlo. En ese momento llegamos al instituto, y yo me giro hacía él.
-Me voy Lucas, debo darle unos trabajos a la profesora de informática. ¿Puedes avisar al profesor que llegaré tarde por eso?
Él asiente y entra al aula, y yo me dirijo a la sala de ordenadores.
La profesora Leonor, una mujer vieja y arrugada, me da permiso para usar un ordenador. Lo cierto es que no tengo que esperar mucho a que esa mujer se levante a ir al baño y me deje sola en la sala. A esas horas no hay nadie que se quede en esa clase.
En cuanto se va, me siento en su mesa y me meto desde ese ordenador en el archivo oficial del colegio. Con una par de clics, me meto en los expedientes de los alumnos, y busco en el que necesito.
Lucas Herrero.
Desde ahí puedo ver toda la información que quiera de él. Tardo unos minutos más en encontrar el registro de la biblioteca del instituto.
Aparece ante mí un listado de libros que mi amigo ha sacado de la biblioteca para llevarlos a casa.
Él no es ni mucho menos un apasionado de la lectura y no me sorprende ver que todos los libros que hay apuntados son los que han mandado leer los profesores. Cuando estoy a punto de cerrar la página, veo uno que no reconozco.
“Las criaturas marinas más asombrosas”
Sonrió con eficiencia y cierro el ordenador dos minutos antes de que llegue la anciana profesora.
Puede que ahora tenga algo. Si Lucas sacó ese libro de la biblioteca, puede que en él encontrara algo clave sobre esa misteriosa mujer.
Lucas consiguió conocerla y averiguar cosas sobre ella, y yo tenía pensado seguir todas las indicaciones para conseguir lo mismo.
Dejé la sala de ordenadores y fui a la biblioteca. Después de discutir con Rubén, el profesor de lengua que hacía guardia casi siempre en la biblioteca, conseguí que me dejara sacar el libro durante unos días sin llevar el carnet encima. No es que nunca sacara libros de la biblioteca, pero era tan despistada, que no recordaba donde lo había dejado la última vez.
Para cuando volví a clase, ya era segunda hora y el profesor no estaba, asique me senté en mi sitio a la espera del siguiente profesor.
Pero durante las horas siguientes me dediqué a mirar por la ventana, con el libro de Lucas rondándome por la cabeza. Veía las hojas de los árboles caerse, y girar nerviosamente hasta llegar al suelo, pero mi mente estaba lejos.
Recordé a la mujer que solo vi durante unos segundos. Con el pelo largo y negro y la figura esquelética. La piel verdosa y ese vestido que parecía agua. Si realmente esa mujer existía dudaba seriamente que fuera humana. Además desaparecer de repente no es algo normal. ¿Sería una criatura marina? Eso explicaría porque Lucas sacó ese libro de la biblioteca.
Entonces el timbre del final de clase me sobresaltó.
Me levante de un salto y salí corriendo hacia casa sin mirar atrás.
 Estaba impaciente por leer el libro.



sábado, 11 de enero de 2014

Capitulo 5: No estoy loca

Volví  a mirar la sala circular atónita. Las paredes desconchadas seguían allí y la habitación parecía la misma. Pero no lo era. El piano enorme ya no estaba, y el agua del suelo había desaparecido. Ya no notaba la humedad en el aire y todo estaba cubierto de polvo, como si nadie hubiera pisado eso en años. Al avanzar vi como mis pies iban dejando huellas en la madera del suelo, que se extendía impecable a lo largo de toda la tarima.
Mi cabeza empezó a dar vueltas sin parar y me apoyé en la pared para no caerme, llenándome el abrigo de polvo.
Los ojos se me llenaron de lágrimas, aunque ni siquiera entendía porque lloraba. Estaba tan confusa que deje de pensar y solo me escurrí hasta el suelo y dejé que mis lágrimas fueran cayendo, formando caminos sobre mi piel fría.
Cuando me tranquilicé, recorrí la habitación de nuevo con la mirada, mientras imágenes del día anterior pasaban por mi cabeza y yo intentaba calibrar si eran reales o no.
Era imposible.
La única opción que se me ocurría era que el día anterior había sido un sueño. Pero me negaba a creer eso. Mi angustia aún era real, lo notaba.
Sin darme cuenta, me lleve la mano a la parte de atrás de la cabeza. Sentí la herida ya cicatrizada bajo mis dedos. Ahí estaba la prueba de que no había sido un sueño.
¿y si estaba soñando ahora?
Estaba demasiado liada como para seguir allí. Antes de encaminarme a la trampilla para salir del faro, me asomé al gran ventanal que se encontraba al fondo de la sala. Miré el mar, que no estaba en totalmente en calma. Las olas se movían a un ritmo suave y sinuoso, como el silbido de una serpiente.
Suspiré y cuando iba a darme la vuelta noté un movimiento extraño entre las olas. ¿Era mi imaginación o estaba viendo una cara entre las olas?
Sí definitivamente había una cara.
Y no una cualquiera. Era la de la mujer misteriosa de ayer.
Giré la cabeza y me quedé pasmada mirando la habitación en la penumbra. Y entonces comencé a reírme a carcajadas. Mi situación era tan sumamente absurda que no podía más.
Era oficial, me había vuelto loca.
Bajé la trampilla y salí a la calle con una sensación de relajación extraña. En vez de bajar a la arena, intenté rodear el faro para quedarme mirando al mar.
Cuando estaba llegando, oí una voz. Era grave y aterciopelada y hablaba en susurros y con cautela.
Pero aun así, la reconocí.
Sin dejarme ver, me deslicé por la superficie lisa y pedregosa, y me asomé.
La escena era la más rara y retorcida que se me habría ocurrido jamás. La marera estaba alta y las suaves olas chocaban contra el borde rocoso. Agachado allí estaba el dueño de la voz, mi amigo Lucas, que charlaba con alguien que estaba metido en el mar y se apoyaba en las rocas para no hundirse por el movimiento de las olas.
¡Lucas estaba hablando con la mujer misteriosa! Me acerqué para oír un poco mejor.
-Pero tienes que volver al faro –decía Lucas. –No puedes quedarte en el mar y lo sabes.
La mujer del faro emitió un ruidito grutural de frustración. Pensé que no iba a hablar, pero me sorprendió una vez más.
-No puedo arriesgarme a que ella me vea –su voz era suave pero a la vez mucho más rompedora y potente que la de Lucas. Parecía como si arrastrara las palabras de la misma manera que las olas arrastran los granos de arena –Y ya me ha visto dos veces.
-¿Cómo que dos veces? ¿Cuál ha sido la segunda? –Saltó Lucas elevando la voz
-Hace unos minutos. Pensé que eras tú el que estaba en el faro y asomé mi cara, pero era ella. –explicó
-¿eso quiere decir que está aquí al lado y nosotros charlando como si nada? Nos va ha oír.
-No, no se le ocurriría venir aquí. Escucha tienes que hablar con ella. –dijo la mujer muy seria.
-Lo sé. Le haré pensar que todo lo ha soñado y protegeré tu secreto –susurró él, dejándome sin aliento, y luego para estropearlo más añadió –Ella confía en mí, no te preocupes.
Cuando vi como ella le sonreía cariñosamente no pude más. Me di la vuelta y me fui, intentando no llamar más la atención.
Mientras bajaba por las rocas y se me caían las lágrimas por el amigo que acababa de perder, tuve dos ideas claras.

La primera que no estaba loca. No sabía cómo podía eso ser posible, pero las pruebas me decían que toda esa locura era real.
La segunda, que ese imbécil me iba a conocer. Jugaba con la ventaja de que sabía cosas que el ignoraba que yo había descubierto.


Y se la iba a liar parda, que se fuera preparando.

sábado, 7 de diciembre de 2013

Capitulo 4: Noticias problemáticas.

Estaba sentada en la terraza de  mi casa, recién duchada y con Lucas a mi lado.
Cuando me había encontrado en la playa y él me había visto la sangre, al principio intenté negar lo evidente. Inventé en tiempo récord, un puñado de mentiras, cada cual menos creíble que la anterior.
Pero Lucas no era tonto y cuando terminé con mis explicaciones absurdas me quitó la chaqueta de un tirón. Cuando empezó a ponerse verde al ver todo mi pijama empapado de ese color rojo brillante, decidí que era mejor decírselo, aunque no me creyera.
Pero sorprendentemente creyó a pies juntillas todo lo que le conté.
Y ahora estaba aquí conmigo, limpiando las pequeñas heridas que me quedaban.
-Es increíble que te cayeras desde tan alto –comentó él- Podrías haberte matado ¿Sabes? –soltó, produciéndome un escalofrío.
-Ya –me limité a decir
-Las heridas son muy pequeñas y apenas se ven. Tuviste mucha suerte, pero seguro que tienes algo interno, a lo mejor es bueno que vallas al hospital.
-¡NO! –grité girándome de forma brusca para mirarle- Nadie puede saber que subí al faro ¡Mi madre me mataría! Además me gustaría saber quien me recogió, más que nada para darle las gracias.
Él asintió, aunque se veía a la legua que no estaba de acuerdo con mi decisión de no decir nada a nadie. Me agarró de los hombros y me giró otra vez para seguir curándome las heridas.
Después de una conversación exhaustiva con él, se fue a casa, y conseguí estar presentable para cuando mis padres se levantaron.
Como era otoño, nadie hizo ningún comentario al verme con un gorro de lana puesto sobre mi pelo negro intenso.
Cuando Ángel, me hermano pequeño, apareció escaleras abajo y me vio, corrió hacia mí y me abrazo con efusividad.
-¡Yoli! –me dice con voz melosa, esa voz que pone cuando quiere algo- ¿me llevas a la playa a jugar?
Iba a contestarle cuando mi madre nos interrumpió
-Hoy no quiero que piséis la playa ninguno de los dos ¿Está claro?
Tampoco me dio tiempo a preguntarle por qué, porque ella como siempre fue más rápida.
-Ha salido en las noticias, Yolanda, esta mañana en la playa a aparecido un gran charco de sangre, muy cerca de aquí –Me dice mientras coge a Ángel en brazos y se gira para llevarlo a desayunar
-¿QUÉ? –sin poder hacer otra cosa palidezco pensando en toda la sangre que vi al bajar del faro. Mi sangre.- Pero…¿Por qué ha salido eso en las noticias? ¿de quien dicen que es?
-No lo saben pero alguien tuvo que darse un fuerte golpe allí. –me explica y yo simulo que no sé donde está y le pregunto cosas.
Durante todo el día dejo de prestar atención a las cosas que hay a mi alrededor. No me puedo concentrar en nada y el faro esta todo el tiempo en mis pensamientos.
Por la tarde, me voy a dar un paseo con mi amiga Viana. La miro con atención mientras ella habla preocupada del charco de sangre que ha salido en las noticias. Está muy excitada desde que lo vio por la mañana y no para de hablar de ello el rato que está conmigo. Viana es alta, más alta que yo, pero con lo pequeña que soy es bien fácil superarme. Ella no es andaluza, pero lleva en este pueblo muchos años y ya nadie se acuerda de que en realidad su familia es alemana. Tiene la piel de un moreno color caramelo tostado, de tanto darle el sol. Es el tipo de chica que pasa horas tumbada en la playa cuando pega el sol y coge el color adecuado de piel sin quemarse ni un poquito. Sus ojos son oscuros, casi negros y su pelo ondulado y corto es pelirrojo intenso. En realidad Viana es muy guapa. Tanto que cuando va a mi lado yo carezco de importancia. Puede que ella sea un poco superficial, pero es una gran amiga.
Durante el rato que estamos juntas, intentó disimular el grado de ansiedad que tengo desde que llegué a mi casa por la mañana, pero sé que ella se ha dado cuenta de que estoy rara.
Al llegar la noche empeoro y no puedo ni estarme quieta.
Al final me voy a la cama sin cenar y entre mis sábanas suaves y con olor a vainilla, intento olvidar mis preocupaciones.
Pero sin poder resistirlo miro por la ventana. Allí está el faro, con la misma luz de siempre. La playa está desierta, parece que los policías se han ido para seguir la investigación al día siguiente.
La vista se me nubla al pensar en todo eso. Espero que dejen la investigación pronto, porque no sabría cómo explicar que me caí y que…
Y que me salvó una mujer fantasma.
Durante todo el día me he comido la cabeza pensando en lo real que llega a parecerme esa mujer.
Me gustaría darle las gracias…necesito subir otra vez al faro.
Con esos pensamientos, vuelvo a la cama e intentó dormir. Pero me da la sensación de que lo único que me ayudará será esa melodía suave de piano.
Cuando estoy segura de que esta noche no sonará, me levanto.
Me quito el pijama y me visto con ropa de abrigo, y cojo las zapatillas de deporte de mi madre.
Necesito volver para aclarar ideas. Durante todo el camino, tiemblo. Pero esta vez no es de frío, sino de nervios.
Cuando llego, subo sin problemas con las zapatillas y agarrándome a los salientes, y luego me cuelo por la ventana que esta medio rota y subo las escaleras hasta llegar a la trampilla. La empujo con fuerza y entro en la sala circular.
Pero está vacía.


sábado, 23 de noviembre de 2013

Capitulo 3: Consecuencias.

 Antes de abrir los ojos, noté el dolor de cabeza que me impedía pensar con claridad.
Sentí el frío del suelo debajo de mi ¿Me habría caído de la cama?
Oí pasos a mi alrededor. Debía ser mi madre, que me había encontrado en el suelo al venir a despertarme. Sentí una mano helada tocándome la frente y al instante mi dolor de cabeza se alivió.
Intenté mover mi mano, aun sin abrir los ojos, pero entonces toqué algo.
Agua.
El suelo estaba encharcado, y yo estaba sobre ella. Entonces abrí los ojos de golpe. Estaba en una habitación amplia y oscura. El suelo tenía un palmo de agua y las paredes estaban raídas y viejas. Había una mujer arrodillada a mi lado, y no tarde ni dos segundos en caer en la cuenta de que no era mi madre.
Me moví con rapidez y la mujer se levantó con sobresalto. Tenía el pelo negro y extremadamente largo, cubriéndole la cara. Era delgada, pero sus formas de mujer se adivinaban debajo del vestido color azul estancado que llevaba puesto. Era largo hasta el suelo, donde se perdía en el agua que curiosamente era del mismo color. Parecía que el vestido era parte del agua. Cuando parpadeé, le falto tiempo para desaparecer. Tanto, que pensé que la había imaginado. Creí ver una sombra al fondo, pero no puedo decirlo con certeza.
Me incorporé con el pijama empapado de esa agua que parecía llevar allí años y recorrí la habitación con la mirada.
Era una sala circular, húmeda pero con mucho polvo. En el fondo tenía un gran ventanal que ocupaba toda la pared y desde el que se podía ver el mar. Al otro lado había un piano con una pequeña ventana encima, que estaba abierta y desde donde entraba el aire frío de la madrugada.
Me volví a sentar conmocionada por lo que acababa de descubrir.
Estaba dentro del faro.
Poco a poco empecé a recordarlo todo. La playa de noche, el faro, la música, mi abrigo en el suelo, las piedras arañándome los pies y las manos. Yo cayendo al vacío.
¿qué habría pasado después de caerme? La altura era muy impresionante como para haber salido impoluta de esa caída. Me había caído de espaldas, así que por curiosidad me toqué la parte de atrás de la cabeza. Noté algo pegajoso y palidecí al ver mis dedos llenos de sangre.
Seguro que me había abierto la cabeza o algo peor, a lo mejor me mareaba si me levantaba y no podría salir de allí.
Mientras me regañaba a mí misma por ser tan idiota y atrevida, miré la parte de atrás de mi pijama. Los ositos dibujados estaban totalmente tapados por una gran mancha de sangre que cubría toda mi espalda y mis hombros.
Allí había mucha sangre. Alguien tenía que haberme curado y subido allí arriba porque con un golpe como ese tendría que estar muerta o por lo menos sin conocimiento.
Sabía que si seguía allí quieta mirándome la sangre del pijama me iba a marear de angustia asique me levanté despacio.
Miré mi reloj de muñeca y vi que quedaba poco para que amaneciera. Había estado inconsciente unas cuantas horas. Mientras pensaba si la mujer que había visto había sido producto de mi imaginación o no, abrí la trampilla del suelo y empecé a bajar las escaleras para llegar a la parte baja del faro.
Bajando las infinitas escaleras recapacité sobre las mil preguntas que rondaban en mi cabeza. Algunas de ellas ya estaban resueltas, como por ejemplo, de donde salía la música. Daría mi mano a que el piano que había arriba era el que la producía.
De esa conclusión, salieron muchas preguntas más.
¿Era la mujer del pelo negro la que tocaba el piano? ¿por qué?
Seguí dándole vueltas a todo a la vez que salía fuera por la ventana que había en la parte baja del faro.
Una vez en el exterior, me asomé al pequeño acantilado por el que me caí horas antes.
Abajo en la arena estaban mi abrigo, mi mochila y… un gran charco de sangre.
Otro más.
Bajé por las rocas con mucho cuidado, con el corazón palpitándome muy fuerte y con las manos temblorosas de miedo, mientras veía como iba amaneciendo.
Tenía que llegar a mi casa cuanto antes, porque si no mi madre se despertaría y vería que no estoy en casa.
Una vez abajo, cogí mi mochila, me puse mi abrigo, y empecé a caminar a paso lento por la arena.
Vi a gente caminando por la orilla de la playa, a esa hora los más madrugadores llegaban a dar su paseo matutino.
Intenté pasar desapercibida entre la poca gente y por suerte nadie se fijó en mí.
Cuando estaba a unos metros de mi casa y sonreía porque ya casi me veía a salvo una voz me llamó.
-¡Yoli!
Yo me giré despacio al reconocer a la persona que me llamaba.
Era Lucas, mi compañero de clase. Intenté fingir que no pasaba nada y le lancé una sonrisa falsa.
-Hola Lucas
-Como madrugas ¿eh? ¿Sales ahora a pasear? –me dice con voz animada. Joder, yo a estas horas no tengo ese ánimo.
 -No, en realidad ya vuelvo. No podía dormir y e madrugado mucho –Le miento
-Oh valla que pena, podíamos haber ido juntos a pasear –dice claramente decaído- Bueno otro día ser…¡¿Pero qué te ha pasado?! –Grita mirando hacía mi hombro.
Y me doy cuenta de que no he tapado la mancha de sangre, y él me ha pillado.
¡Qué mala suerte tengo, leche!


sábado, 9 de noviembre de 2013

Capitulo 2: Pequeña catástrofe

Al comprender eso, me paré en seco. No tenía mucho sentido que música de piano saliera del faro.
Del faro que llevaba cerrado…¿Cuántos años?
Me di media vuelta y saqué el portátil de debajo de la mesa. Comprobé que estaba encendido y me metí en Google. Tecleé con rapidez las palabras “El faro de Sanlúcar. Noticias” y un millón de enlaces se abrieron ante mí en la pantalla. Yo pinché uno sobre el periódico local de mi pueblo que parecía algo antiguo mientras mi curiosidad iba en aumento. A saber los años que ese faro llevaría cerrado ¿Sería tan antigua esa noticia como yo me imaginaba?
Comprobé con alegría que esta hablaba sobre el cierre del faro por posibles derrumbamientos y que sugería echarlo abajo y reemplazarlo, idea que supuse que no se llevó a cabo, pues el faro seguía en pie.
Alcé la mirada ansiosa buscando la fecha y la sonrisa se me congeló en el rostro al leerla.
15 de Junio de 1942.
Aun sin poder creerlo, cerré el portátil sin molestarme en apagarlo ni guardarlo donde estaba. Mi corazón iba tan deprisa que pensé que me podría estallar de un momento a otro. Si es que no había estallado ya y no me había dado cuenta.
Demasiados años.
Parecía casi imposible dentro de mi cabeza que el faro llevara cerrado desde entonces. Para probar como sonaba, lo dije en voz alta.
-El faro lo cerraron a cal y canto en 1942.
Nada más decirlo, me sentí estúpida ¿realmente podría ser cierto que alguien se hubiera colado en un faro que se podía derrumbar en cualquier momento? Mi mente intentó imaginarlo, pero las ideas se me bloqueaban.
Para mí no tenía ningún sentido. Mi cabeza empezó a funcionar a toda velocidad y sacaba conjeturas sin parar. Una persona se había colado en un faro viejo que llevaba más de sesenta años cerrado, lo encendía cada noche y a las tantas de la mañana para ayudar a la gente a dormir tocaba música de un piano que había metido allí sin que nadie le viera. Vale, solo me quedaba una cosa que decir.
Absurdo.
Y, sin llegar más lejos, esa había sido la idea más creíble que se me ocurrió.
Sin darme cuenta había llegado a la planta de abajo. Entré en mi cuarto y nada más encender la luz, un hormigueo de nervios recorrió mi cuerpo entero. Imaginé lo que sería dormirme ahora. Al día siguiente me levantaría y el día pasaría como otro cualquiera. Estudiaría lo que todos los días y estaría con la misma gente aburrida de siempre.
Y en ese mismo momento cerré los ojos un instante y dejé de pensar. Empecé a guiarme por pequeños impulsos que iba sintiendo.
En un impulso recogí mi mochila y un abrigo y salí a la playa con mi pijama de ositos y mis pies descalzos. El viento otoñal me hizo estremecerme. Mis pies fríos se hundieron en la arena oscura y sentí los finos granos clavándose en mi piel.
Guiada de nuevo por otro impulso, caminé hacía el faro, sin pensar en nada. Con los ojos cerrados y andando hacía la música de piano que volvía a sonar dulce y melódica.
Cuando estuve al pie del faro, me paré y mis pensamientos volvieron a fluir en mi cabeza. Me di cuenta de golpe de lo que estaba haciendo.
Me iba a colar en un faro viejo que se podía derrumbar y que llevaba años cerrado. Yo sola.
De noche.
En pijama.
Era completamente consciente de que sonaba a locura, quise echarme atrás en ese mismo momento, pero la melodía era tan tentadora…
Y entonces, solo movida por la curiosidad en estado puro, me quité el abrigo. Estudié las rocas que rodeaban el faro. Tendría que escalarlas para llegar al pie del faro y buscar la puerta.
Cogí un poco de impulso y me agarré a las rocas más bajas. Me estremecí entera al sentir lo frías que estaban las piedras a las que me agarraba con pies y manos, y que me empezaban a paralizar la circulación que ya de por sí iba lenta, al ir solo abrigada con un fino pijama de manga corta.
Dejé mis pensamientos de lado para seguir subiendo, porque si en ese momento me hubiera puesto a pensar, habría caído en la cuenta de que estaba cometiendo un delito y habría vuelto a casa. Pero en ese caso nunca habría entrado en el faro y jamás me habría adentrado en ese misterio que me acechó durante los días siguientes.
Sentía como las rocas me arañaban loa pies y las manos, y como el frío me daba bandazos con ayuda del viento, pero llegué a las últimas piedras que había en la pequeña montaña. Le sonreí al mar negro como chocolate que se extendía eterno ante mí, porque no habría más testigos de mi hazaña.
Ya arriba me miré las manos entumecidas. Estaban raspadas y rojas por los pequeños cortes que había producido. No quise mirarme los pies por miedo a que estuvieran peor.
Las rocas de arriba estaban llenas de musgo y heladas por la noche de otoño y por eso mis pies no las aguantaron sin resbalarse. Y con las manos tan congeladas no me pude agarrar a las rocas lisas.
Y cuando mis pies dejaron de sentir el frío de esas piedras me preocupé. Estaba cayendo hacía abajo.
No podía parar de caer. No sé si pasé un instante, o fueron horas, pero vi la osa mayor brillando en medio del cielo. Sentí el impacto del suelo al golpearme en la espalda y en la nuca.

Y luego nada.

domingo, 15 de septiembre de 2013

Capítulo 1: Un sonido inquietante

Observaba fijamente mis pies descalzos balanceándose en la oscuridad. Adoraba la tranquilidad de la noche. En realidad siempre lo he hecho. Desde pequeña, cada vez que podía me refugiaba en la terraza de arriba de mi casa.
Desde esa altura podía ver las estrellas de forma clara y, como mi casa estaba a pie de playa, también podía ver las olas romper en la orilla, antes de ser engullidas por la oscuridad. Me sentaba en el borde de la terraza, aunque se me quedara el culo frío y mis pies no llegaran al tejado porque era demasiado bajita.

Esa noche hacía viento. Más del acostumbrado. Pero no podía dormir y había salido a la terraza a observar las olas para coger el sueño. Toda mi vida había estado viviendo en este pueblecito costero de Cádiz, llamado Sanlúcar de Barrameda. Y tengo que admitir que aunque esté un poco cansada de él, lo adoro.

Miré la playa con detenimiento. Las olas oscuras, que a mí me daba la sensación de parecer chocolate líquido, rompían rítmicamente contra la orilla de arena negra.
Paseé la mirada por toda la playa hasta toparme con el faro. Alto, lleno de ladrillos que en la oscuridad daban aspecto de ser demasiado tétricos y con la cima redondeada y de un color blanco marfil.

El faro de Sanlúcar.

Este siempre ha representado un gran misterio para todo el mundo pues una infinidad de leyendas se aferraban a él como clavos ardiendo. El faro lo cerraron hace muchos años, y sin embargo cada noche, sin faltar una el faro se encendía sin ningún problema. Podéis pensar que es muy interesante el tema, pero a mí personalmente las nuevas tecnologías me impiden pensar en misterios y leyendas inexplicables.

Moví la cabeza con desaprobación. La verdad es que me hacía falta un buen misterio en mi aburrida vida. Con solo quince años, mi vida era el tópico de cualquier chica de mi edad.

Vivía en una casa con mis padres y mi hermano pequeño Ángel, de solo siete años, a quien, por cierto, su nombre no le hacía justicia para nada, pues era un mal bicho impresionante.

Iba al instituto con mis dos amigas Celia y Viana, a cuarto de la ESO, y tenía unos compañeros de clase pesados y repetitivos que me cansaban solo con mirarlos. Aunque claro tampoco es que yo fuera algo fuera de lugar. Era bajita y gruñona, además tenía muy poca paciencia. Llevaba el pelo largo y aburridamente liso y negro. Mi cara era pequeña como mi nariz, y mi piel demasiado clara para vivir en un pueblo costero.   Aunque mis ojos…ellos lo arreglaban todo un poco. 
Eran de un color verde llamativo y luminoso, que llamaba la atención combinado con el tamaño de estos. Grandes y brillantes, así los describiría yo.

Con todo, no encajaba mucho entre mis compañeros, de piel morena y cabellos castaños tostados por el sol. Aún así, con algunos de ellos sí me sentía a gusto. Como con Lucas.

A él le conocí al entrar en el instituto con doce años. Desde entonces se convirtió casi al instante en mi mejor amigo. Lucas pegaba más con el estilo de mis compañeros, tenía el pelo rubio oscuro y los ojos de un gris perla muy bonito. Apuntando claro está, que también era moreno de piel. Pero con Lucas por razones desconocidas, me sentía bien, aunque para mí él no solo era mi mejor amigo. Era algo más.
Seguí mirando el faro, observando como la luz intensa se movía iluminando las sombras del mar. Y mi mente siguió vagando por mis recuerdo y deteniéndose en retazos de mi vida que me apetecía recordar. Los minutos siguieron corriendo, y yo, sumida en mis pensamientos no caí en la cuenta de la suave melodía que inundó la playa.

No sé si pasaron minutos o estuve allí mucho más rato, pero solo desperté de mi ensoñación cuando oí un pequeño ruido, como de alguien que mueve un mueble muy pesado, y un gruñido apenas audible de frustración.

Me incorporé muy despacio y entonces fui consciente de la melodía suave y repetitiva que llevaba tarareando un buen rato y que resonaba por toda la playa.
“¿Proviene de una de las casas a pie de playa?” pensé inclinándome en la barandilla para oír mejor. “No, suena demasiado lejos”

Repasé de nuevo la playa, y me quedé mirando un punto con sorpresa e incredulidad. El sonido solo podía venir de un sitio.

El faro.

Sentí como si una goma elástica cobrara vida en mi estómago. El faro llevaba años cerrado, ¿cómo podía venir música de allí? Entré en casa, todavía sorprendida y cerré la puerta de la terraza. Entonces ví el piano de mi madre en el salón.

Era música de piano  lo que sonaba fuera.