domingo, 15 de septiembre de 2013

Capítulo 1: Un sonido inquietante

Observaba fijamente mis pies descalzos balanceándose en la oscuridad. Adoraba la tranquilidad de la noche. En realidad siempre lo he hecho. Desde pequeña, cada vez que podía me refugiaba en la terraza de arriba de mi casa.
Desde esa altura podía ver las estrellas de forma clara y, como mi casa estaba a pie de playa, también podía ver las olas romper en la orilla, antes de ser engullidas por la oscuridad. Me sentaba en el borde de la terraza, aunque se me quedara el culo frío y mis pies no llegaran al tejado porque era demasiado bajita.

Esa noche hacía viento. Más del acostumbrado. Pero no podía dormir y había salido a la terraza a observar las olas para coger el sueño. Toda mi vida había estado viviendo en este pueblecito costero de Cádiz, llamado Sanlúcar de Barrameda. Y tengo que admitir que aunque esté un poco cansada de él, lo adoro.

Miré la playa con detenimiento. Las olas oscuras, que a mí me daba la sensación de parecer chocolate líquido, rompían rítmicamente contra la orilla de arena negra.
Paseé la mirada por toda la playa hasta toparme con el faro. Alto, lleno de ladrillos que en la oscuridad daban aspecto de ser demasiado tétricos y con la cima redondeada y de un color blanco marfil.

El faro de Sanlúcar.

Este siempre ha representado un gran misterio para todo el mundo pues una infinidad de leyendas se aferraban a él como clavos ardiendo. El faro lo cerraron hace muchos años, y sin embargo cada noche, sin faltar una el faro se encendía sin ningún problema. Podéis pensar que es muy interesante el tema, pero a mí personalmente las nuevas tecnologías me impiden pensar en misterios y leyendas inexplicables.

Moví la cabeza con desaprobación. La verdad es que me hacía falta un buen misterio en mi aburrida vida. Con solo quince años, mi vida era el tópico de cualquier chica de mi edad.

Vivía en una casa con mis padres y mi hermano pequeño Ángel, de solo siete años, a quien, por cierto, su nombre no le hacía justicia para nada, pues era un mal bicho impresionante.

Iba al instituto con mis dos amigas Celia y Viana, a cuarto de la ESO, y tenía unos compañeros de clase pesados y repetitivos que me cansaban solo con mirarlos. Aunque claro tampoco es que yo fuera algo fuera de lugar. Era bajita y gruñona, además tenía muy poca paciencia. Llevaba el pelo largo y aburridamente liso y negro. Mi cara era pequeña como mi nariz, y mi piel demasiado clara para vivir en un pueblo costero.   Aunque mis ojos…ellos lo arreglaban todo un poco. 
Eran de un color verde llamativo y luminoso, que llamaba la atención combinado con el tamaño de estos. Grandes y brillantes, así los describiría yo.

Con todo, no encajaba mucho entre mis compañeros, de piel morena y cabellos castaños tostados por el sol. Aún así, con algunos de ellos sí me sentía a gusto. Como con Lucas.

A él le conocí al entrar en el instituto con doce años. Desde entonces se convirtió casi al instante en mi mejor amigo. Lucas pegaba más con el estilo de mis compañeros, tenía el pelo rubio oscuro y los ojos de un gris perla muy bonito. Apuntando claro está, que también era moreno de piel. Pero con Lucas por razones desconocidas, me sentía bien, aunque para mí él no solo era mi mejor amigo. Era algo más.
Seguí mirando el faro, observando como la luz intensa se movía iluminando las sombras del mar. Y mi mente siguió vagando por mis recuerdo y deteniéndose en retazos de mi vida que me apetecía recordar. Los minutos siguieron corriendo, y yo, sumida en mis pensamientos no caí en la cuenta de la suave melodía que inundó la playa.

No sé si pasaron minutos o estuve allí mucho más rato, pero solo desperté de mi ensoñación cuando oí un pequeño ruido, como de alguien que mueve un mueble muy pesado, y un gruñido apenas audible de frustración.

Me incorporé muy despacio y entonces fui consciente de la melodía suave y repetitiva que llevaba tarareando un buen rato y que resonaba por toda la playa.
“¿Proviene de una de las casas a pie de playa?” pensé inclinándome en la barandilla para oír mejor. “No, suena demasiado lejos”

Repasé de nuevo la playa, y me quedé mirando un punto con sorpresa e incredulidad. El sonido solo podía venir de un sitio.

El faro.

Sentí como si una goma elástica cobrara vida en mi estómago. El faro llevaba años cerrado, ¿cómo podía venir música de allí? Entré en casa, todavía sorprendida y cerré la puerta de la terraza. Entonces ví el piano de mi madre en el salón.

Era música de piano  lo que sonaba fuera.